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La historia de las pastillas anticonceptivas

La pastilla anticonceptiva fue creada en 1956, con la promesa de liberar, finalmente, a las mujeres (no se hablaba de identidades trans o no binarias en esa época) de la esclavitud de la maternidad y la sumisión sexual ante los hombres, del mandato del sexo exclusivo para la reproducción, de la imposibilidad de ingresar al mercado laboral en igualdad de condiciones, entre muchas otras opresiones de las que eran víctimas. Más tarde, se posicionó también como un medio para escapar de la “opresión” de sus propios cuerpos: de esa cosa horrible e inentendible que era la menstruación, los cólicos, el síndrome premenstrual, etc. La solución perfecta para todo.

¿Cómo era posible tanta perfección en una sola pastilla? Muy fácil: a costa de vidas de mujeres racializadas y empobrecidas. En 1951, un grupo de científicos (en masculino, porque eran todos hombres) de Harvard estaba trabajando en desarrollar una combinación de hormonas sintéticas que les permitieran suprimir la ovulación para así evitar la concepción tras las relaciones sexuales. Trataron de hacer pruebas y ensayos clínicos con mujeres voluntarias en Boston, pero todas se retiraron por los fuertes efectos secundarios que estas hormonas les producían. Entonces se dirigieron a San Juan, Puerto Rico, donde continuaron haciendo pruebas; esta vez en una comunidad de escasos recursos a quienes, por supuesto, les ocultaron los efectos de este medicamento. Muchas de ellas murieron antes de que los investigadores descubrieran que podían reducir la dosis de las hormonas a niveles no letales sin alterar la efectividad de la anticoncepción.

Habiendo resuelto este problema, solo quedaba uno: la oposición de la Iglesia Católica. Como fuerte opositora de la autonomía sexual y reproductiva, no solo no le gustaba para nada la idea de el sexo sin fines reproductivos, sino que, además, esta nueva pastilla, al suprimir la ovulación, suprimía la menstruación, lo cual, por supuesto, era una aberración total contra la naturaleza y los designios divinos. ¿La solución? Nuevamente, fácil: durante algunos días del mes, en lugar de hormonas sintéticas, quien tomara las pastillas consumiría un placebo, que induciría un sangrado por la ausencia repentina de las altas dosis de hormonas a las que el cuerpo ya se había habituado. Así, harían pasar este sangrado por deprivación como menstruación y lograrían que la iglesia los dejara comercializar la pastilla bajo el argumento de que servía para regular la menstruación, no como anticonceptivo.

Lo grave es que todxs nos comimos el cuento, y lo que debía ser una fachada para permitir la “liberación” sexual de las personas con útero, terminó siendo causante de la pérdida de su autonomía corporal, y de que, a día de hoy, sigamos creyendo que son fármacos que regulan las menstruación y los sigan recetando con este fin. 

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